martes, 24 de junio de 2008

Querido Mario: (carta escondida)

Y la alegría (sí, esa misma con la que despertaste hace tres días) te rellena el vacío en el estómago. Sabés que no importa hacia donde des el siguiente paso alguien estará allí contigo, sabés que los sueños son reales y se cumplen y que la vida comienza hoy.
Y caminás tranquilo, por que ves que junto a ti caminan tantos con el mismo destino y en sus hombros el mismo peso. Junto a ti platican otros que sueñan lo mismo y luchan contigo por lograrlo. Caminás tranquilo, hacia aquel lugar donde una familia cree en vos y te ven sudando por ellos, pensando en aquellos que si vieran lo que tú y otros hacen, se unirían a ese caluroso camino, a levantar una pala y sudar a tu lado.
Y la alegría que estar allí te da, te impulsa con todo y el sueño, y el cansancio; a no mirar el suelo ni la cuesta cuando la subís, sino a tus lados y tus manos. Esas manos llenas de callos y heridas que con las uñas llenas de tierra, cemento y pintura, han hecho pedazos la tortilla para compartirla, esas mismas que le ofreciste a la Trini cuando saltó de la entrada de su casa hacia su casa nueva, esas mismas que recogen los materiales y les dan forma...

Sentís el aire en la sonrisa, pensando que no hay nada mejor que estar allí, haciendo lo que hacés mejor: sintiendo la vida. Te acordás de todo lo que querés hacer, lo que has visto a los demás hacer y de todos los que has llamado a tu lado en algún momento. Y reís sin darte cuenta, por que la alegría te ha inundado ya y te va dejando inmóvil mientras los ves caminar, jugar o platicar de alguna cosa. Mientras te vas alejando te das cuenta que vas a estar en todas esas casas siempre, en todas esas manos y todas las heridas. Mientras cuidas sus pasos y sus cabezas, vas oyéndolos cantar o abrazarse y los acompañás con la presión alta o con ese dolor incansable que traen las soleras y la mezcla.
Luego esperás que se vayan, uno a uno que encuentren camino de regreso a la casa que los espera en la ciudad, despertando al día siguiente con la misma alegría para estar con todos, tan activos como el anterior, tan alegres, tan humanos.

Y de nuevo mirás sus manos y sus heridas, sudás su sudor y te manchás de sus manchas. Por que aunque ahora no te oyen, vos estas allí (aquí) viéndolos a cada uno, reparar aquello que viviste y ellos van a volver a vivir, o construyendo aquello que no alcanzaste a vivir. Contestar las llamadas que llevan tu nombre y terminar de pintar en la pared de la entrada, junto a la flecha que dibujaron, tu rostro y tu sonrisa, retratando esa misma sonrisa que ahora esbozan tus labios.
Tú, amigo, hermano, has construido nuestras historias y ahora nosotros terminaremos la tuya, por que son tus pasos los que caminamos, tu alregía la que reimos y tu sudor el que sudamos. Tú, criatura de otros mares, sos quien nos trajo a donde estamos y quien pronto nos hará elevarnos sobre la ciudad para mostrarles a los demás lo que no quieren ver.

Y de nuevo mirás tus manos y mis manos, que tienen las mismas uñas y los mismos callos, las mirás y nos empujas brochazo a brochazo, hasta que pintemos una realidad nueva, hasta que de ser el apoyo necesario, ellos nos apoyen a nosotros.

Por que hacés falta viejo, por que aún te pensamos y extrañamos, por que no te has ido y no te vamos a dejar. Por eso y por miles de otras razones, pasé a saludarte.



***

Un fin de semana en Armenia, Sonsonate y vos eras lo único en mi cabeza, en las manos y en todo el resto. Vos y tu hermano del que hace mucho no sé nada. Quería escribirte una carta y encontré esta página donde iba a poner otra cosa, mis dedos sobre las teclas y ecribí esa carta. Amigo, para que lo sepás, te extraño.

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