domingo, 15 de junio de 2008

Escondite

En el cuarto vacío hemos guardado toda sorpresa, toda esperanza y cada pedacito de vida. En el cuarto vacío se esconden los recuerdos y es allí donde buscamos las respuestas. En el cuarto vacío, donde su olor y presencia no menguan, donde cada sonrisa y cada sueño se acumularon.
Hemos dejado de lado la alegría, hemos dejado de lado la vida. Y aquí nos sentamos a esperarla, aunque no vuelva; a platicarle, aunque no responda; a escucharla, sin poder oírla. Por que aquí ella nos hace compañía, y es aquí donde ella nos enseñó poco a poco a sonreír y ser lo quienes somos.

En el cuarto vacío nos refugiamos de la realidad, encendiendo una luz o ignorando la pantalla plana, creyendo que si miramos de lado ella estará en nuestro punto ciego, que si el resplandor que se refleja en el suelo se logra colar al resto de la casa, vendrá ella a decirnos los secretos que ni las paredes conocen.

Llenamos el cuarto con todo lo que nos ha quedado, con la misma esperanza que no esté tan vacío, que el frío por la noche no provoque miedo, que la soledad y el silencio vuelvan a ser nuestros aliados.
Por qué jamás llegué con el peine o el libro que prometí, por que ignoré el abrazo que guardaba, por que miré con desgana la tristeza, sin saber apreciarla.

Y sí, es en el cuarto vacío donde nos sentamos a extrañarla, él y yo como únicos silencios de esta casa. Nos deslizamos de cuarto en cuarto, huyendo de su mundo para no recordar que sólo dos quedamos. Es la misma pared que bota sus pedazos, la que, cuando pasamos, nos susurra suavecito que dibujemos cada retrato, reescribamos cada papel y volvamos a decorar como fue alguna vez. Son los platos de la sala los que nos disfrazan la realidad de historia fantástica. Y los cojines de cada sillón, en sus coloridas telas, que nos abrazan cuando no miramos.
Él y yo nos deslizamos, quizás esquivando la magia, quizás aceptándola, por que aun entre las violetas que él y yo regamos, o los poquitos de comida para pájaros que echamos en el jardín con la esperanza de verlos comer (imitándola), ella ha de venir y darnos esa sonrisa del placer de haber cumplido con lo obligado, de su triunfo al nosotros seguir su legado.

Hoy ya nos cansamos, y después de suspirar un rato nos retiramos, soñando con ella para despertar y seguirla extrañando. La felicidad se convierte despacio en la palabra vacía que siempre ha sido y nosotros, el dolor y somos los mismos... Nosotros, él y yo, como ambos, padre e hija, que siempre fuimos (y negarlo) y sobrevivir al dolor y a la fantasía. Él y yo, guardando lo que ella nos regaló a diario.

3 comentarios:

Rodrigo Ramos dijo...

aunque no conozco el verdadero sentido detras de tus situaciones, de plano que tienen ese algo* que hace que me sienta identificado, me gusta la forma en que escribis.
saludos =)

El mal ejemplo dijo...

quizás...
somos la prolongación de tantas muertes pero, sobre todo, la prolongación de tantas vidas

HuelveElena dijo...

Esos cuartos...
Mirá, no tenía una mini galería vaticana ahí?
Mi abue sí que tiene! Casi todas las abues tienen. Bueno, si son católicas.