miércoles, 1 de octubre de 2008

Verla


No faltaba más, esa frustración que siempre vuelve.

El calor se ha colado entre tu aire, el sudor en la espalda sofoca lo poco que podés moverte y la luz te va cegando de a poquitos en cada parpadeo. Escuchás la alarma: punzante y ruidosa. Todo da vueltas, la cabeza palpita entre los colores sepia del cuarto y vas recordando su rostro sonriente. No la volvés a ver, la banca va a estar vacía esta vez.

No piensa en mucho, la señorita. Pero piensa.
Sabés que te está viendo, sentís su mirada escudriñarte línea a línea. Sentís sus pies, paso a paso marcando los tuyos. Sabés que te observa, que sabe donde estás, que hacés, como ves tu mundo. Y al verla sentada ahí, donde siempre está, sola y sin querer cambiarlo, te da ese nudo que siempre te da, de querer conocerla.
No piensa en mucho, sabes que se está quedando dormida. Y sueña con vos, te sueña moribunda o lastimada. Todos te sueñan así. Y vos, vos soñás que los ves morir.
Los malditos sueños -ella no baja la mirada- te cohiben cuando avanzás -línea a línea- y derrepente tus pasos se cansan, te detenés justo enfrente. Pero piensa, y pensás que está leyéndote, viendo cada palabra dentro de ti.
Se levanta despacio, como dejandote ir. Te mira y sonríe, se acerca. La respiración se vuelve pesada, tus pies no se mueven, la soledad se disuelve y en el instante que pensaste en sonreirle de regreso la ves: te ha pasado al lado y se fue tan despacio como se levantó, dejándote en tu olvido.
Y vos no te movés, te has quedado viendo la banca fría, vacía.

No hay comentarios: