jueves, 28 de agosto de 2008

Décimo-sexta Situación Comerciable

No estaba haciendo nada, nada importante por lo menos, cuando se dio cuenta de la forma en que la observaban. Eran esos ojos de rabia incontrolada que la escudriñaban milímetro a milímetro, envueltos en maquillaje barato y un rostro de cordialidad y prepotencia.

-¿Cómo vamos?
-... ¿de que?
-¿Qué está haciendo jovencita?
-...Nada.

Los pasos de la irritante voz se alejaban por su espalda. Era suficiente, demasiado tal vez, pero no había otra opción. La obligación elegida era esa, soportar eso y quedarse quietecita hasta que se le indicara lo contrario. "Maldita la condena" pensó sin darse cuenta, mientras se levantaba mecánicamente y guardaba todo o que encontró sobre la mesa. Quizás si hubiese comido no tendría ese mal humor maldito que le estaba deshaciendo las entrañas desde lo profundo. "Maldita la estúpida condena", pensó al bajar las gradas, y de nuevo al tropezar con un niño por lo menos 5 años menor. "Maldita la condena" pensó al cruzar la puerta, y al sentarse y al sacar el cuaderno. "Maldita la estúpida condena", al copiar lo que proyectaban a la pared, de nuevo al pegar un pedazo de papel y luego al salir por la misma puerta. Al bajar otras gradas, al subir las primeras, al tropezar con otro niño 3 años menor; y al no tropezarse con una niña de su misma edad.

-Maldita la condena.
-¿Qué?
-No, olvidalo...

Era por gusto, estaría allí, en ese estado hasta que la estrella le dijera lo contrario. Un par de meses, un par de días. La condena pasaría y luego libertad. "No importa que pase, luego la maldita libertad..."

"Tiene los ojos rojos, las pupilas dilatadas y las manos temblorosas. Esa mirada nostálgica que pone cuando resiente la soledad lo delata: nos pasa lo mismo. Entre sus pasos arrastrados puedo escuchar el murmuro del dolor, el pesado dolor de condenarse a uno mismo por esperar más de lo que das. Tiene las manos frías, casi molesta y no puedo verlo cuando me está viendo, va a verse en mí. Será un pesado, pero tiene el mismo peso en los hombros, el mismo frío en el alma, el mismo odio en la mente. ¿Y si me acerco y le rozo el brazo? ¿Y si se le olvida que odia el contacto humano y lo abrazo?"

-Mau...
-¿Ah?
-Vení.

"Pobrecita, está cansada. Creo que quiere un abrazo, lleva en los ojos el vacío del sueño. Sé que solo quiere animarme, si supiera porque no he dormido... La forma en que se sienta, como nos ve, como nos habla; lleva lo mismo, la misma pesadez del ser que la viene matando. Podría darle un abrazo, dejarle saber que tiene un amigo, pero ¿y si no le gusta? Se ha vuelto tan fría, le pesa tanto que no le gusta el contacto humano. Más aún con ese su miedo a la confianza, ese su maldito miedo a la cercanía, a la amistad."

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