miércoles, 12 de noviembre de 2008

No me atrevo a llamarle

Despertose sintiendo el fuego en la boca, la incansable necesidad de conseguir algo. Caminó poco antes de descubrir qué necesitaba.

Fueron los primeros tres pasos de esa mañana los que me llevaron a llamarlo. Después de una mala noche había despertado necesitando oír su olvidada voz.

No es extraño que al perder un amigo supiera que éste lo llamaba desde su soledad, él llamaba a algunos de esa manera por su parte, cuando lo necesitaba.
Esta vez lo buscaban y debía cumplir, pero sería tarde al levantarse.

Eran pasadas las seis de la mañana, yo tenía clases a las y media esa mañana. Decidí llamarle luego, mientras corría a la parada, rogando lograr llegar a tiempo.

Olvidando ambos, teléfono y alma, logró entrar al aula segundos antes de que la llave girara en esta. Pasando la peor mañana de su historia, logró olvidar el fuego que llevaba en la garganta, deslizándolo al estómago con suficientes ideas vacías como para llenar una vida.

Lo vi pasar a eso de las diez frente al aula, sabía que algo le pasaba y pensé en cómo me desperté esa mañana. Pensé que aun estaría ahí al salir, confiado en la rutina que guiaba nuestras vidas.

Ella llegó sin avisar, lo esperaba en la banca donde no sería vista hasta que ella lo quisiera así. Observaba el aula impaciente, alternando las pupilas del cristal golpeado en su muñeca a los vidrios de la ventana, rogando que las agujas aumentaran su velocidad por ellos.

No la vi al salir, estaba pensando en él y en buscarlo cuando salí. Algo me pasaba, algo le pasaba, algo había que hacer. Él me esperaba en la puerta, después de verla supo que tenía que hablar conmigo. Lo abracé al verlo, rogando por que fuera sincero.

No la vio al salir, esperaba encontrar otro destino. Fueron horas entre un segundo y otro cuando ella se acercaba. Ya todos los que la reconocerían la habían visto menos él. Parecía rehusarse a darse por enterado, él no querría hablar con ella después de todo, no en ese momento.

Me preguntó por ella, como sabiendo que ella estaba allí, anoche confesó haberlo sabido. Ella se acercó sigilosa, sin dejarse ver, hacia nosotros y me saludó distante, a metros de mi.

El amigo se distanció al verla acercándose, él aun no la sentía, abrumado con ideas de otros mundos. Ella no se atrevió a dar un paso mas de la cuenta, haber llegado tan cerca y que no quisiera verla.

No alcancé a cruzar palabra con ella, apenas la escuché sonaron los frenos del carro verde. Lo recuerdo perfectamente: un honda de placas p-628 846. Los balazos fueron instantáneos, casi inaudibles y tan repentinos. Tres suaves golpes que sentí eran míos.

Cayó al suelo sin previo aviso, creyendo aún que él no quería escucharla, ni verla ni saberla viva. Apenas sintió la tibieza escapando de su pecho se hundió en la tristeza, dejándose llevar por las sombras que empezaban a rodearla.
El amigo cayó herido en una pierna, maldiciendo al carro que huía dejando humo y manchas de llantas en el pavimento.

Lo vi caer, pensé que había recibido los tres balazos él solo. Cuando escuché sus gritos supe que estaría bien, girando hacia donde ella me había saludado, esperando no estuviera demasiado asustada.
Estaba en el suelo, sangrando y despidiendose de la vida cuando me senté junto a ella. Le sostuve la cabeza, acariciando su largo cabello rubio y rogándole se quedara conmigo; repitiéndole que la amaba.

La multitud se acumuló al rededor de los tres, interrogando a cualquier espectador que pareciera conocer alguna razón del suceso. El aire los sofocaba, el aire ya no era aire. Él maldijo haber llegado a tiempo, llorando por poderla haber visto antes. Pero era demasiado tarde, nada iba a cambiar.

Cuando ella despertó me creí volver a la vida, la sentía tan cerca. Él no supo donde quedó ese tercer golpe frío, ni yo. Anoche me hablaba de la hermosura de su piel, de la luna en sus largos cabellos rubios, de la paz en su corazón. Anoche me hablaba de todo lo que fue mio.
Ella me despierta llorando todavía, me llama en la noche y me recuerda que la dejé ir, que nunca le dije lo que quería.
Y la tarea que iba a entregar ese día, la han enmarcado en una de las paredes de la universidad. Un papel con motivos verdes bañado en sangre lleva una placa con mi nombre y la fecha de esa mañana.

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