Cuenta la leyenda que cerca del amanecer de cada día se retuercen un par de piernas adheridas a un cuerpo, lamentándose de verse allí atrapadas, a un cuerpo condenado a no ser libre.
No consideraba normal decidirse a salir a la calle, sólo a ver la calle misma. Algo había. El espectáculo que la esperaba no era menos que sorprendente: carros encendidos y otros apagados, ventanas abiertas y en cada carro las llaves prendidas. Pero ni un alma que junto a ella saltase en euforia.
Se despertó retorciendose como siempre, pensando en las excusas que utilizaría ese día.
martes, 2 de septiembre de 2008
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