martes, 9 de septiembre de 2008

Voy a ser tía y no tiene nada que ver con el post!

Pasadas ya las ocho de la mañana y en el aire flotaba ese viento que flota todos los viernes. Era martes.
Cada cruce, cada sonrisa, cada palabra resonaba en ese aire de viernes. Condenaba la idea de ese aire de viernes, arañaba el olvido de los días restantes.
Pasadas ya las ocho, la hora cómo comienza siempre: ver el reloj y saber si va tarde, saber que va tarde. Va tarde, tarde... retarde. O verlo y saber que puede empujarse y darse la vuelta, seguir envuelta en sueño.
Pasadas ya las ocho, comenzar como todos los días, con ese humo entre las manos, el hambre bajo las mismas y una suave sonrisa.

Esa mañana siguió la costumbre, sin hacer caso a que era el último, sin hacer caso que allí terminaba todo ese lado del recuerdo. Faltaba uno, claro que faltaba uno, pero por las mañanas habrían terminado en cuanto -después de este- terminara ese tan mentado humo.
Ceremoniosa como siempre se dejo llevar por los pasos, continuar la rutina, cumplir con lo esperado. Ceremoniosa como siempre, observó los espacios que dejaba y se deslizó satisfecha hacia ese pequeño frasco donde todos esperaban guardarla. No duraría mucho adentro... Sólo unas horas, unos días... un triste año mas.
Deslizarse cada mañana hacia el frasco, dejarse encerrar y aparecer afuera en la tarde, sin previo aviso. Estúpido cansancio.

Se dejó enterrar: aún era temprano. La pobre tortuga se dejó enterrar mientras miraba con ojos llorosos a quien la señalaba. Pensó en la lluvia y mientras soñaba con ue llovía se dejó enterrar...

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