viernes, 19 de septiembre de 2008

El sitio

Se volvió triste, me dejó de gustar...
Una vez le dije, cuando le decía, que solo me faltaba cobrar agallas.
Creí que eso me faltaba, pero no, lo que me falta es el agua.
No se puede sin agua, no se puede sin mar.

Una vez le dije, cuando le decía; le dije que lo quería.
Nunca le mentí. ¿Creés que se acuerde de mí?
Infame, insensible, perspicaz. CEROTE
Muchas veces le dije, no creo que me haya escuchado, que le decía que era mi amigo, que no se alejara.
Ay maldito, ya ni de casualidad sé de vos.

Se volvió triste, me dejó de gustar el sitio, y vos que nunca me animaste.
Sé sincero si te pregunto si te gustaba la idea. Yo sé que no te gustaba y no te pregunto. Pero si lo hago, sé sincero y admitilo.
Ni la idea ni el sitio. El sitio triste y condenado.

No quería condenarlo, pero que se podía si yo no tuve salida.
Pobre sitio, pobre triste y solitario sitio. Lo visito a veces, yo misma comercio con todo. Y vos... quiero verte cuando se me acabe.
Y te cuidás, por que te toca.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

pasaba por acá, porque sí, porque el comercio y las condenas -cosas que nunca llegué a comprender, en realidad- se vuelven necesarias. y ya decir que algo incomprensible es necesario es meterse en una de esas camisas de no sé cuántas varas.
vaya uno a saber.
***
hay una canción que dice "riéndonos nos fuimos al bar de enfrente, a emborracharnos, a maldecir mujeres..."

parece que el oficio de maldecir no es patrimonio exclusivo de mi género, cosa que me llena de una alegría ambigua, ante la posibilidad de merecer maldiciones.

Anónimo dijo...

pd.
desde luego que uno nunca sabrá si ha merecido, acaso, dichas maldiciones.
y hay momentos extraños -cuando uno reparte sus propias maldiciones- en que se desearía, con cierta vehemencia, también recibirlas.