viernes, 4 de julio de 2008

Ah, la miseria.
Había olvidado el sabor que tiene cuando el dolor te sube atravesando cada costilla hasta dejarse probar entre los dientes. Ese punzante e insoportable dolor que es el hambre.
Y no hablo de hambre cualquiera, hablo de esa que cinco minutos antes era nula, que no progresa sino que aparece instantánea, casi como el café mas barato y asqueroso del estante.
Y había olvidado el llanto, como se siente la lágrima verdadera cuando te volvés a acostar sobre ella, ellas. Como escuchar los lamentos saca más y más y despacio la respiración se detiene mientras el pelo se va mojando contra la sábana bajo la cabeza. Lo había olvidado, el verdadero dolor, ese abandono ilegible que aparece en las noches frías cuando se redescubre la soledad.

También había olvidado el olor de tu cuello, la paz que tus ojos al verme transmitían, ese cariño que inundaba cada molécula de oxígeno dentro de mi. El suave respirar que se sentía en mi hombro cuando me abrazabas, cómo se veía tu pelo cuando no lo lavabas. Había olvidado la fuerza de tu abrazo y la ternura de tu beso, esos labios que jamás me dejaron mentir. La sinceridad en tu voz, la sinceridad de tu voz, que aunque dicen que no reías, nunca dejaste de hacerlo. Las expresiones que lanzabas y el brillo que me dabas.
Había olvidado como me retorcía por tí cuando no estabas, como anhelaba tus silencios cuando solo escuchaba los mios, las palabras que te adueñabas sin querer con tan sólo pronunciarlas. Había olvidado tus manos en mi pelo, tus manos en mi cintura, tus manos en mis manos. Había olvidado como el sol se escapaba entre las hojas del árbol de en medio del parque y rebotando en mi, iluminaba tus ojos. Había olvidado la expresión que ponías cuando no querías parecer sorprendido pero estabas. Y cuando querías parecer sorprendido pero no lo estabas. La leve sonrisa que dibujabas cuando yo te provocaba, cuando mis gestos eran dulces y normales. Los pasos que dabas esperándome, los ojos que reflejaban los míos.
Había olvidado aquellos días en los que eramos libres, en los que te hablaba en medio de la noche para pronunciar dos palabras y colgarte. Las interminables conversaciones que duraban un minuto pero el reloj marcaba hora y media. Cómo me contabas historias cortas cuando te lo pedía, por que igual me estaba quedando dormida. Había olvidado el sonido de tu voz cuando cerraba los ojos y eras todo en el mundo, cuando estabas a mi lado gracias a un aparato. Había olvidado todos los sentidos que podría tener "dormir contigo".


Pero creo que en el fondo no olvidé nada, por lo menos nada más que a mi. Y hoy, justo hoy, recordé que te amaba.


Entonces la miseria, ese revoltijo en el alma que te parte las costillas a la mitad y te hace creer que es hambre. Las lágrimas tibias y suaves, imposibles de sentir. Tu nombre en el aire, tu rostro y tus palabras. Tu voz, tus manos, calmándome desde el recuerdo, abrazándome como nunca lo hiciste. La maldita miseria y darme cuenta que te dejé ir, que me fui, que ahora el mejor remedio es un niño. Una mumuja imberbe que no sabe ni siquiera distinguir el sarcasmo.
La puta desgraciada miseria, y yo, atrapada en ella.
La puta desgraciada, maldita infeliz miseria, y yo que decido recordarte cuando sé que no volveré a verte como eras. Cuando sé que esta vez realmente te fuiste y yo me quedé del todo aquí sentada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

nostalgia's a bitch.
pero, cómo nos consume.

Herida que queda, luego del amor, al costado del cuerpo.
Tajo profundo, lleno de peces y bocas rojas,
donde la sal duele, y arde el yodo,
que corre todo a lo largo del buque,
que deja pasar la espuma,
que tiene un ojo triste en el centro...